Henry Walton Indiana Jones nació de un modelo, primero, imaginario; luego, real. Fue en 1977. Steven Spielberg se reunió en Hawái con su amigo George Lucas, el creador de La guerra de las galaxias. Quería crear un nuevo héroe: ingenioso como Cary Grant, resolutivo como James Bond e inteligente como Albert Einstein. De aquel diálogo surgió el profesor Jones. El resto, de un personaje real nacido allí cerca, en Honolulu, en 1875: Hiram Bingham, el único explorador norteamericano que estuvo a la altura de los europeos de finales del siglo XIX y principios del XX. Había estudiado Teología e Historia, pero lo suyo, descubrió pronto, no estaba detrás de un escritorio. Casado con una de las multimillonarias herederas de Tiffany, ganó fama y prestigio con su expedición a las tierras altas del Perú: en 1911 redescubrió Machu Picchu, la emblemática ciudad inca, a más 2.500 metros de altura. Más tarde fue piloto de caza en la Primera Guerra Mundial, aterrizó con su zepelín delante de la Casa Blanca y llegó a ser gobernador de Connecticut. Su parecido con Indy es evidente: el mismo sombrero de ala caída, la misma camisa de lino. Con cierta nostalgia, en 1948, recordó en un libro sus viajes por Sudamérica: La ciudad perdida de los Incas. Fue best seller y atrajo a los turistas. Hasta allí mismo regresa hoy el profesor Jones en la cuarta entrega de una saga que ha generado hasta hoy 1.200 millones de dólares. No es de extrañar que, tras una pausa de 19 años, Spielberg haya vuelto a la carga: Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal ya arrasa en los cines. Y Harrison Ford, de 65 años, lejos de jubilarse, está incluso dispuesto a una nueva entrega: «Seguiré hasta que me derrumbe en pleno rodaje».
Autor: Esteban Fon
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