lunes, 23 de junio de 2008

La Leyenda de Eco y Narciso‏

Recogido por TERRANOVA:

Beocia, que también se llamaba Eonia y Ogigia, es una comarca de la antigua Grecia central, situada al norte del estrecho de Euripe, el actual canal de Negroponto. En Beocia estaban las famosas fuentes de Aretusa, Dirce, Aganipe e Hipocrepe, las dos últimas consagradas a las musas.
El país era frío, quebrado, montañoso, y sus habitantes tenían entre los griegos fama de toscos y rudimentarios. Se conoce que los griegos de entonces eran muy exigentes, pues en Beocia habían nacido personajes tan ilustres como Hesíodo y Plutarco. Thespis y Tebas, la de las siete puertas, fundada por Cadmo, hijo de Poseidón, eran sus dos ciudades más importantes.
En Beocia se encuentra el famoso desfiladero de las Termópilas, que fue trágicamente defendido por Leónidas y sus trescientos hombres contra los invasores persas. Tebas fue destruida y arrasada por Alejandro Magno, quien, como buen guerrero de entonces, convencido de su alta misión histórica de colaborar en la renovación del mundo, se dedicó a destruir todo lo que ya existía y a sustituirlo por nuevas fundaciones. En el pequeño mundo conocido de entonces no había sitio para muchas ciudades, y las nuevas se fundaban con los despojos de las antiguas, destruidas.
En Beocia vivían dos hermanos gemelos, hombre y mujer, y ambos eran de una belleza perfecta. Se bastaban uno a otro y ni él ni ella pensaban en amores y en novios.
Narciso no conocía su propio rostro. El de su hermana, sí, pues lo veía todos los días, y siempre lo encontraba de una gracia y una belleza infinitas.
La hermana cae enferma. Narciso no puede hacer nada para salvarle la vida, y ella muere. Él se queda solo y triste, y un día que está sentado a la orilla de una fuente se inclina sobre el agua y ve en ella el rostro de su querida hermana. Cree que es un prodigio. Él no sabe que los gemelos son iguales y que el rostro que ve en el agua es el suyo reflejado.
Y, desde entonces, todos los días acude a la fuente y pasa el tiempo sumido en la contemplación del rostro inolvidable.
Otra versión posterior, de la época de la decadencia de la primitiva leyenda griega, prescinde de la hermana y supone a Narciso tan enamorado de sí mismo que en nada encuentra mayor placer que en la contemplación de su propio rostro.
Pasa el tiempo, y Narciso, inclinado siempre sobre el agua, se convierte en una de las formas del paisaje. Sólo le ven las ninfas, divinidades de los ríos y de las fuentes, y una de ellas, Eco, le compadece y se le acerca.
—¿Quién eres?
Narciso levanta los ojos hacia ella y no le contesta. En su dolor, siempre vivo, no le interesa el trato con los desconocidos. Eco insiste y al fin Narciso le ruega que le deje en paz.
Eco invoca a Afrodita y le pide ayuda. Cuando Afrodita se entera de que la ninfa está enamorada de un hombre que la ha despreciado, se niega a prestarle ayuda. Pero ella insiste tanto que al fin Afrodita le promete ayudarla, pero le impone una condición: si la ninfa fracasa no podrá reunirse nunca más con Narciso, ni podrá contestarle si él la llama, y sólo podrá repetir lo que él le diga.
—¿Cuántas veces podré intentar?
—Una sola.
La ninfa no confía mucho en la ayuda de Afrodita y tarda en decidirse. Acecha al hombre amado, escondida siempre entre los árboles, y espera una ocasión propicia para insinuarse. Al fin un día se le acerca. Narciso tiene un movimiento de huida, y ella, para tranquilizarle, le dice:
—Sólo quiero hacerte una pregunta.
Narciso espera la pregunta en silencio. Es todo lo que la ninfa ha podido conseguir.
—¿Qué miras dentro del agua con tanto interés?
Narciso no le contesta. No quiere confesar la verdad. Tanto si busca el rostro de su hermana como el suyo propio, ambas cosas son insuficientes como explicación honorable y heroica. Narciso sólo quiere estar solo. Ninguna compañía le parece más consoladora que la soledad. Tiene el genio difícil, se arrebata pronto, y sin poderse dominar, grita:
—¡ Vete de aquí!
Eco insiste. Sabe que se juega la última posibilidad, y se humilla hasta el punto de invocar la compasión del hombre:
—Si me voy ha de ser para siempre. No podré verte nunca más, ni podré contestarte si me llamas.
Pero Narciso no es capaz de reflexionar y se mantiene inflexible:
—He dicho que te vayas. Quiero estar solo.
Al fin la ninfa se aleja lentamente. El gran dolor invisible de su corazón apenas la deja andar. Sabe que en cuanto pierda de vista a Narciso, ya ha de ser para siempre. Se detiene a lo lejos y hace un gesto cariñoso, con la mano en alto. Narciso ni le contesta. Y al fin Eco desaparece entre la espesura.
Y entonces, de pronto, cuando ella ya ha desaparecido para siempre, Narciso la echa de menos y empieza a comprender que habría podido ser feliz con ella. Se inclina sobre el agua y la contemplación de su rostro ya no le satisface. El recuerdo de la ninfa enamorada le empieza a obsesionar. Así se va formando en su corazón un amor ya imposible, y un día llama a la ninfa cuyo nombre no ha sabido jamás. Grita, como si pidiera ayuda:
—¡ Eeeeh!
Y una voz dulce y lejana le contesta:
—¡ Eeeeh!
Narciso cree que es ella que le ha oído y grita:
—¡ Ven!
La voz lejana le devuelve la misma palabra:
—¡ Ven!
Narciso corre hacia el sitio de donde le ha parecido que salía la voz, grita, y la voz le contesta desde más lejos, como si se hubiese ido alejando al acercarse él. Narciso pregunta desesperado:
—¿Dónde estás?
Y la voz repite la misma pregunta:
—¿Dónde estás?
Narciso, todavía esperanzado, grita:
—¡ Yo, aquí!
Y la voz le contesta sus mismas palabras, dulcificadas por la distancia:
—¡ Yo, aquí!
Y así la voz repite siempre igual todo lo que el dice, con las mismas palabras. Él está mucho tiempo buscando a la ninfa y no la encuentra. Al fin vuelve a la fuente a buscar consuelo en la contemplación de su rostro. Ya no puede hacer otra cosa. Y allí se queda inmovilizado junto al agua, inclinado sobre ella, absorto en la contemplación. Lentamente, año tras año, se va consumiendo hasta que de él sólo queda una flor, que sigue creciendo en las montañas, cerca de los ríos, y que todavía lleva el nombre de Narciso.

Leyenda griega.

No hay comentarios: